
El silencio es una forma de comunicación. Por tanto, si queremos controlar la comunicación, debemos saber gestionar y administrar el lenguaje del silencio. En las organizaciones la gestión eficaz de la comunicación comprende necesariamente saber administrar de forma adecuada los silencios.
Gestionar el silencio es controlar tanto lo que se dice como lo que no se dice, máxime en tiempos de crisis donde su valor es tremendamente significativo, yendo más allá de ser una mera postura prudente a la hora de manifestarse.
Tiempo ha pasado desde que Joseph Antoine Toussaint Dinouart (1716-1786) escribiera allá por el año de 1771 su famoso tratado “El arte de callar”. El eclesiástico y polígrafo francés sostenía que en la comunicación sólo se domina la situación plenamente si se sabe gestionar certeramente el silencio.
El silencio en la comunicación en el mundo laboral presenta consecuencias de enorme importancia a la hora de la toma de decisiones pudiendo además interferir en la resolución de problemas. En la actual situación económica de crisis, el valor del silencio en la comunicación interna en las organizaciones se redobla.
Hemos de tener presente que toda crisis responde a un cambio repentino entre dos situaciones, cambio que hace peligrar la imagen y equilibrio en el funcionamiento y desarrollo habitual de una organización, entidad o empresa. Una crisis supone una situación que, en cualquier caso, es preciso afrontar, conocer e informar a los afectados para así poder abordar un tratamiento acorde a los intereses de la organización.
En la Harvard Business Review, número de Julio/Agosto 2003, en su edición en español publicada por Deusto se publicó un interesantísimo artículo sobre este tema titulado "¿Está acabando el silencio con su empresa?", artículo de Leslie Perlow y Stephanie Williams donde se critica el silencio como uno de los métodos más ineficientes e improductivos en la vida de las organizaciones.
Pues lejos de concebir el silencio como el arte de callarse y de suponer una habilidad y estrategia comunicativa, tal como mantenía en su libro el abate Toussaint, en cambio, cuando se trata de comunicación interna organizacional el silencio pasa a ser percibido más bien como un factor generador de consecuencias indeseables y nada productivas.
En el artículo se denuncia que el silencio en el trabajo puede ocasionar entre los afectados —directivos, mandos intermedios y trabajadores principalmente— sentimientos de humillación, ira y resentimiento provocando que éstos puedan desconectar de sus obligaciones y cometidos, y adoptar posturas autoprotectoras que conducirán a que afloren miedos y una creciente e indeseada sensación de inseguridad. En consecuencia, puede anular cualquier estímulo creativo y hacer peligrar la productividad.
El silencio es, por lo general, ubicuo y previsible en las organizaciones. Además, se le considera costoso tanto para la persona como para la empresa, al poder cobrarse un elevado precio psicológico entre los trabajadores y colaboradores y, con ello, derivar generando pánicos, desconfianza, desmotivación, así como sentimientos de humillación, resentimiento, etc. que si no se expresan y exteriorizan pueden, de seguro, contaminar toda interacción organizacional, cerrando el paso al necesario trabajo en equipo, al aprovechamiento de las sinergias internas, a la creatividad y, en definitiva, afectando a la productividad.
Por otra parte en palabras de Juan Fernández Aceytuno, Director General de Sociedad de Tasación, pronunciadas con ocasión del pasado 23º Foro de Comunicación Interna e Identidad Corporativa, celebrado en Madrid, “en la comunicación interna de las organizaciones es más importante lo que no se dice que lo que se dice”. Y es que el silencio también es elocuente si lo ponemos en relación directa con las expectativas formadas —entre y por— los afectados a la hora de dar solución a sus necesidades requeridas.
Además, si a ello sumamos el efecto adictivo que genera la comunicación interna entre los integrantes de la organización, podemos concluir que el silencio puede generar en los trabajadores algo parecido a un síndrome de abstinencia difícilmente llevadero al dejar de recibir la dosis de información acostumbrada con ocasión del corte del flujo de comunicación habitual, y con ello sumiéndolos en un negro y frío silencio informativo organizacional. Sin lugar a dudas, en el silencio de los corderos.
El silencio en la comunicación en el mundo laboral presenta consecuencias de enorme importancia a la hora de la toma de decisiones pudiendo además interferir en la resolución de problemas. En la actual situación económica de crisis, el valor del silencio en la comunicación interna en las organizaciones se redobla.
Hemos de tener presente que toda crisis responde a un cambio repentino entre dos situaciones, cambio que hace peligrar la imagen y equilibrio en el funcionamiento y desarrollo habitual de una organización, entidad o empresa. Una crisis supone una situación que, en cualquier caso, es preciso afrontar, conocer e informar a los afectados para así poder abordar un tratamiento acorde a los intereses de la organización.
En la Harvard Business Review, número de Julio/Agosto 2003, en su edición en español publicada por Deusto se publicó un interesantísimo artículo sobre este tema titulado "¿Está acabando el silencio con su empresa?", artículo de Leslie Perlow y Stephanie Williams donde se critica el silencio como uno de los métodos más ineficientes e improductivos en la vida de las organizaciones.
Pues lejos de concebir el silencio como el arte de callarse y de suponer una habilidad y estrategia comunicativa, tal como mantenía en su libro el abate Toussaint, en cambio, cuando se trata de comunicación interna organizacional el silencio pasa a ser percibido más bien como un factor generador de consecuencias indeseables y nada productivas.
En el artículo se denuncia que el silencio en el trabajo puede ocasionar entre los afectados —directivos, mandos intermedios y trabajadores principalmente— sentimientos de humillación, ira y resentimiento provocando que éstos puedan desconectar de sus obligaciones y cometidos, y adoptar posturas autoprotectoras que conducirán a que afloren miedos y una creciente e indeseada sensación de inseguridad. En consecuencia, puede anular cualquier estímulo creativo y hacer peligrar la productividad.
El silencio es, por lo general, ubicuo y previsible en las organizaciones. Además, se le considera costoso tanto para la persona como para la empresa, al poder cobrarse un elevado precio psicológico entre los trabajadores y colaboradores y, con ello, derivar generando pánicos, desconfianza, desmotivación, así como sentimientos de humillación, resentimiento, etc. que si no se expresan y exteriorizan pueden, de seguro, contaminar toda interacción organizacional, cerrando el paso al necesario trabajo en equipo, al aprovechamiento de las sinergias internas, a la creatividad y, en definitiva, afectando a la productividad.
Por otra parte en palabras de Juan Fernández Aceytuno, Director General de Sociedad de Tasación, pronunciadas con ocasión del pasado 23º Foro de Comunicación Interna e Identidad Corporativa, celebrado en Madrid, “en la comunicación interna de las organizaciones es más importante lo que no se dice que lo que se dice”. Y es que el silencio también es elocuente si lo ponemos en relación directa con las expectativas formadas —entre y por— los afectados a la hora de dar solución a sus necesidades requeridas.
Además, si a ello sumamos el efecto adictivo que genera la comunicación interna entre los integrantes de la organización, podemos concluir que el silencio puede generar en los trabajadores algo parecido a un síndrome de abstinencia difícilmente llevadero al dejar de recibir la dosis de información acostumbrada con ocasión del corte del flujo de comunicación habitual, y con ello sumiéndolos en un negro y frío silencio informativo organizacional. Sin lugar a dudas, en el silencio de los corderos.
Principios necesarios para callar
1. Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio.
2. Hay un tiempo para callar, igual que hay un tiempo para hablar.
3. El tiempo de callar debe ser el primero cronológicamente; y nunca se sabrá hablar bien, si antes no se ha aprendido a callar.
4. No hay menos debilidad o imprudencia en callar cuando uno está obligado a hablar que ligereza e indiscreción en hablar cuando se debe callar.
5. Es cierto que, en líneas generales, se arriesga menos callando que hablando.
6. El hombre nunca es más dueño de sí que en el silencio: cuando habla parece, por así decir, derramarse y disiparse por el discurso, de forma que pertenece menos a sí mismo que a los demás.
7. Cuando se tiene algo importante que decir, debe prestársele una atención particular: hay que decírsela a uno mismo, y, tras esta precaución, repetírsela, no vaya a ser que haya motivo para arrepentirse cuando uno ya no sea dueño de retener lo que declarado.
8. Si se trata de guardar un secreto, nunca calla uno bastante; el silencio es entonces una de esas cosas en las que de ordinario no hay exceso que temer.
9. La reserva necesaria para guardar bien silencio en la conducta ordinaria de la vida no es una virtud menor que la habilidad y el cuidado en hablar bien; y no hay más mérito en explicar lo que uno sabe que en callar bien sobre lo que se ignora. A veces el silencio del prudente vale más que el razonamiento del filósofo; el silencio del primero es una lección para los impertinentes y una corrección para los culpables.
10. A veces el silencio hace las veces de sabiduría en un hombre limitado, y de capacidad en un ignorante.
11. Por naturaleza nos inclinamos a creer que un hombre que habla muy poco no es un gran genio, y que otro que habla demasiado es un hombre aturdido o un loco. Más vale pasar por no ser un genio de primer orden, permaneciendo a menudo en silencio, que por un loco, dejándose arrastrar por el prurito de hablar demasiado.
12. Es propio de un hombre valiente hablar poco y realizar grandes hechos. Es de un hombre de sentido común hablar poco y decir siempre cosas razonables.
13. Por más inclinación que tengamos al silencio, siempre hay que desconfiar de uno mismo; y, si tuviésemos demasiado deseo de decir algo, a menudo eso mismo sería motivo suficiente para decidirse a no decirlo.
14. El silencio es necesario en muchas ocasiones, pero siempre hay que ser sincero; se pueden retener algunos pensamientos, pero no debe disfrazarse ninguno. Hay formas de callar sin cerrar el corazón; de ser discreto, sin ser sombrío y taciturno; de ocultar algunas verdades, sin cubrirlas de mentiras.
Diferentes especies de silencio
1. El silencio es prudente cuando se sabe callar oportunamente, según el momento y los lugares en que nos encontremos en sociedad, y según la consideración que debamos tener con las personas con quienes nos vemos obligados a tratar y a vivir.
2. El silencio es artificioso cuando uno solamente calla para sorprender, bien desconcertando a quienes nos declaran sus sentimientos sin darles a conocer los nuestros, bien aprovechando lo que hemos oído y observado sin haber querido responder de otro modo que mediante maneras engañosas.
3. El silencio complaciente consiste no sólo en aplicarse en escuchar sin contradecir a quienes se trata de agradar, sino también darles muestras del placer que sentimos con su conversación o con su conducta; de modo que las miradas, los gestos, todo supla la falta de la palabra para aplaudirles.
4. El silencio burlón es una reserva maliciosa y afectada para no interrumpir, en las cosas carentes de sentido o desconsideradas, las tonterías que oímos decir, o que vemos hacer, para gozar del placer secreto que proporcionan quienes son sus víctimas, imaginándose que uno los aprueba y admira.
5. Es un silencio inteligente cuando en el rostro de una persona que no dice nada se percibe cierto talante abierto, agradable, animado, e idóneo para reflejar, sin la ayuda de la palabra, los sentimientos que se quieren dar a conocer.
6. Es por el contrario un silencio estúpido cuando, inmóvil la lengua e insensible el espíritu, toda la persona parece abismada en una profunda taciturnidad que no significa nada.
7. El silencio aprobatorio consiste en el consentimiento que uno da a lo que ve y a lo que oye, bien contentándose con prestar una atención favorable, que pone de relieve la importancia que le atribuimos, bien testimoniando, mediante algunos signos externos, que lo consideramos razonable y que lo aprobamos.
8. Es un silencio de desprecio no dignarse responder a quienes nos hablan, o que esperan que opinemos sobre el tema, y mirar con tanta frialdad como orgullo todo lo que viene de su parte.
9. El silencio de humor es el de un hombre cuyas pasiones sólo se animan según la disposición o la agitación del humor que en él domina, y del que dependen la situación de su ánimo y el funcionamiento de sus sentidos; el de un hombre al que parece bien o mal lo que oye dependiendo del mal o buen funcionamiento físico, que sólo abre la boca para hacer afirmaciones extravagantes y para decir únicamente desatentas o fuera de lugar.
10. El silencio político es el de un hombre prudente que se reserva y se comporta con circunspección, que jamás se abre del todo, que no dice todo lo que piensa, que no siempre explica su conducta y sus designios; que, sin traicionar los derechos de la verdad, no siempre responde claramente, para no dejarse descubrir.